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Cómo surgimos

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Así es como todo comenzó...

Una foto de la CEO de la empresa, de pie junto a una lámpara y una planta, con las manos sobre las caderas, viste un vestido negro y botines negros
Una foto de la CEO  de la empresa, Maria Phipard, está de pie, viste pantalones negros y una blusa verde brillante, está cruanzo los brazos sobre su pecho

Durante la mayor parte de mi vida profesional, he trabajado al servicio de los demás—porque eso es lo que me da alegría y propósito.
Pero aunque esta labor es profundamente significativa, no siempre ha sido fácil. El trauma vicario es real.
Muchas veces me involucré tanto emocionalmente en las luchas de mis clientes que me olvidé de mí misma… e incluso descuidé a mi propia familia.
Con el tiempo, aprendí a poner límites entre mi vida personal y profesional. Ese crecimiento me permitió acompañar con más compasión y efectividad, sostener el dolor ajeno sin perderme en el proceso.

Pero todo cambió cuando mi propio hijo comenzó a tener ideación suicida.

Fue la experiencia más devastadora de mi vida.
El ser humano que más amaba—mi hijo—quería morir.
Ya no soñaba con el futuro. Ya no se imaginaba como científico, arquitecto o formando parte de la Fuerza Aérea.
Estaba haciendo planes para terminar con su vida.

Mi mundo se detuvo.

Confié ciegamente en los profesionales de salud, con miedo de que cualquier cosa que dijera o hiciera pudiera empeorar la situación.
Entregué todo mi poder, esperando que ellos lo “arreglaran” y me lo devolvieran sano y completo.
Pero así no funciona esto.
Ignoré mis instintos por miedo—aunque mi intuición me decía que algunas recomendaciones no le estaban sirviendo.

Cada noche entraba de puntitas a su cuarto, con el corazón en la garganta, aterrada de lo que pudiera encontrar.
Le tocaba los pies o la cara, rogando que estuvieran tibios, rogando que siguiera vivo.

Después de semanas viéndolo apagarse, llegué a mi límite.
Comprendí que no podía seguir esperando a que alguien más lo salvara.
Tenía que actuar.
Tenía que convertirme en la madre que él necesitaba—no en la que me enseñaron a ser, ni en la que Instagram romantiza.

Así que me sumergí por completo. Leí todos los libros. Escuché podcasts. Vi charlas TED. Me eduqué.
Pero, más que nada, aprendí a confiar en mi intuición.
Me convertí en la experta en mi hijo. Me gané un doctorado en ser su mamá.

Comencé a hacerle mejores preguntas, a escuchar con presencia, a tomar en serio sus pensamientos.
Reconstruimos nuestra relación con honestidad, respeto y amor.
Colaboré con él, no solo con sus terapeutas o su escuela. Incluso despedí a los profesionales que no eran buena opción y busqué a quienes sí lo veían por quien realmente era.

Juntos, creamos reglas, límites y consecuencias—y él formó parte del proceso.
Comprendía el “por qué” de nuestras decisiones.
Se sentía escuchado, importante y tomado en cuenta.
A través de nuestras conversaciones profundas, comenzó a ver su valor.
A entender que es necesario en este mundo. Que tiene una misión. Que su vida importa.

Y yo—entre errores, disculpas y crecimiento—aprendí a criarlo con intención.
Descubrí mi propósito no solo como madre, sino como su madre.
Solté la culpa, me perdoné, y me comprometí a seguir aprendiendo junto a él.
A medida que él evoluciona, yo también debo hacerlo.

Con el tiempo, la vida me dio la oportunidad de ayudar a otras familias que atravesaban el mismo camino doloroso.
Facilité grupos de apoyo, creé espacios seguros para compartir, y fui testigo del poder de la sanación en comunidad.
Y fue entonces cuando lo supe: este es mi llamado.

Me certifiqué como Coach de Vida, especializándome en Coaching de Crianza.
Porque cuánto hubiera dado por tener a alguien—a una guía, una mentora, alguien que ya hubiera recorrido este camino—que nos lo hiciera más claro, más rápido, menos solitario.

Quiero ser esa persona para ti.

Este camino es duro.
La depresión no desaparece de un día para otro—se convierte en algo que tu hijo debe aprender a navegar.
Y tú, como madre o padre, también debes aprender a caminar a su lado sin perderte a ti en el intento.

Pero no estás solo(a).
Vamos a pelear este monstruo juntos.
Nuestros hijos necesitan ver que valen la pena—no solo escucharlo.
Muchas veces no creen que importan, así que debemos demostrárselo—con acciones, con presencia, y con amor feroz.

¿Qué mejor manera de demostrarle a tu hijo lo importante que es, que convirtiéndote en el padre o madre que necesita—y no solo en el que tú aprendiste a ser?

Estoy deseando escuchar tu historia.
Y sería un honor caminar este camino contigo.

Una foto de la CEO de la empresa está agachada apapachando a su perrito, hay una lámpara y una planta detrás

Trabajemos juntos

una foto de dos niños cocinando un pastel con los ingredientes frente a ellos en una cocina
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Una foto de varias personas uniendo sus manos y un letrero que dice vamos a darle con todo

Felicidades por este primer paso!

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